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miércoles, 23 de marzo de 2011




LA BANCA DEFRAUDÓ 236 MILLONES DE EUROS A LA SEGURIDAD SOCIAL


Mi madre murió

en el cielo de un quirófano.

Yo sé cuánto frío...

Sé como te lo quitan...

respirando,

respirando...



El limbo debe ser eso.



Mi madre murió allí.

Tenía las arterias demasiado pequeñas.

Mi hija nació allí:

resbaló por la plancha

helada

y la sentí como un abrazo

a mi madre muerta.



Mi madre tenía las arterias estrechas.

Ahora sé por qué tenía

el corazón tan frío

y la mirada glacial.



Mi madre estuvo esperando

dos años,

con el frío en los ojos

y el corazón aterido.

Con mi incomprensión

implacable.

Dos años esperando una

desembocadura amplia

para su corazón de piedras.



Pero no hubo un salario

para un cirujano

que le quitara la escarcha a mi madre,

que aligerase su turno en una lista

con muchos nombres

y muchos números,

con muchos hombres vivos.



Luego me contaron que yo estudié

con ese salario que no se dio.



Pero no me sirve la Filosofía

para dilatar

las arterias de mi madre.

No me sirvió ese salario

para comprender la estrechez

congénita

de sus arterias.

La causa de su frío.



Mis arterias también son débiles

madre,

y a veces tengo los ojos nevados

y el corazón de hueso.



Y ahora no sé qué hacer

con todo

lo que no te dije.

Podría habértelo confesado

mientras respirabas

tu propia muerte

y perdías el frío.

O en un poema como éste

que me abrigue la conciencia.



La cría duerme

madre,

se parece a nosotras.

Se llama Eva.



Eva Vaz, Frágil. Antología 2001-2009, Ediciones de Baile del Sol, 2010

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